La ducha como dispositivo : mecanismos de control de la higiene

  • Autor/a: Jordi de Gispert Hernández
  • Tipo: TD DPAA (Tesis Doctoral)
  • Línea de investigación: Habitat y Domesticidad
  • Directores: Atxu Amann y Alcocer, Andrés Cánovas Alcaraz
  • Defensa: 2018 Junio

Desde su renacer en la época de industrialización, la ducha puede considerarse un dispositivo fruto del despliegue de mecanismos que parten de su condición instrumental. Con la llegada del positivismo en el siglo XVI, los avances científicos permiten descubrir la existencia de microorganismos y aparece el temor al contagio. Simultáneamente surgen las corrientes higienistas y se percibe al ser humano y a la tierra como contenedores de fluidos potencialmente enfermos. En consecuencia, se requiere el saneamiento del espacio urbano, creando redes y órganos como las cloacas o el lazareto, que hacen de la conducción de fluidos el paradigma del aislamiento y de la esterilización. Ambos se construyen como arquitecturas utópicas caracterizadas por su hermetismo y distanciamiento, dónde los protocolos higiénicos se sitúan entre la ciencia y la imaginación: la ducha forma parte de estos mecanismos de control. A partir del siglo XVIII, el marco de la ducha se polariza entre la geopolítica y la biopolítica. La ducha horizontal burguesa y la ducha vertical popular ilustran los dos patrones fundamentales, en una segregación basada en la diferencia entre el individuo y la colectividad. Así, la ducha comienza como una práctica en establecimientos hidroterapéuticos, resultado del control médico y disciplinar. Desde el enfoque pastoral, la ducha se introduce como una heterotopía a través de los conductos y las conductas. Por un lado, los mecanismos de control físico de la ducha son conductos geopolíticos: la sensibilización burguesa y la mercantilización de la ducha. Con el despertar de los sentidos la ducha se configura como un espacio privado habitado por el médico y el paciente, generando un diálogo entre el discurso de la razón y la voz interior. Este proceso parte del miedo a la violencia del tratamiento, que se lleva a cabo en un subsuelo, y sigue con el reconocimiento de la existencia del sistema nervioso, para después convertirse en instrumento de diversión popular y en herramienta específica sanitaria. El consumo del confort, difundido a través de las revistas y los diarios de los siglos XIX y XX, enuncia el control físico ejercido por la ducha. Si bien el establecimiento de la ducha comienza con una escasez de recursos y una noción de confort decimonónica, con el movimiento moderno se introducen y estandarizan los aparatos sanitarios en casa. Tras las dos guerras mundiales, comienza su mercantilización masiva y la ducha se configura como una cabina independiente. Por otro lado, los mecanismos de control psíquico son conductas biopolíticas: la normalización, la sistematización y la subjetivación de la ducha. El proceso de normalización de la ducha en el medio popular, se puede observar a través de las transformaciones funcionales de la ducha horizontal aplicada a los anormales. Primero se utiliza como instrumento coercitivo, más tarde como calmante de los estados eufóricos en las enfermedades mentales y después como tratamiento disuasorio contra la locura. La ducha popular se transforma en un gabinete médico dónde se desplazan fluidos de razón y de emoción dentro y a través del cuerpo. La sistematización de la ducha colectiva es producto de la voluntad de eficacia militar. Este proceso parte de la centralización radial y tiende a fragmentar y seriar programáticamente su espacio y tiempo, hasta formar un pabellón sólo para su uso. La ducha se promueve y obliga en los medios laboral y educativo como una necesidad, para posteriormente resurgir como un deseo. Durante la guerra, se presenta la paradoja de la individualización como síntesis de la sistematización y de la eficacia en fase de itinerancia. La subjetivación del género toma forma con la popularización de la proyección de imágenes del cuerpo desnudo en la ducha. El mainstream cinematográfico parte de la dualidad de las identidades heteronormativas de lo masculino y lo femenino, mientras que el espacio queer abandona los cánones de la exclusión y ahonda en la dimensión de la extrañeza cotidiana, haciendo de la ducha un lugar de convivencia. La ducha queer pone en tela de juicio la definición de la ducha desde su funcionalidad, para hacerlo desde la pluralidad. Finalmente la prisión desvela la ducha como un espectáculo. La ducha de la prisión y la cámara de gas son dispositivos dónde el poder, justificado como moral, se manifiesta plenamente. El enclave como reminiscencia del lazareto, reaviva el estado de excepción y aflora procesos que se creían extinguidos en un pasado soberano. El espacio y la práctica de la ducha se ubican entre la necesidad y el deseo, el encierro y la libertad, la individualidad y lo colectivo, presentándose como un simulacro cotidiano.